Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y
caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.
Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un
grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo,
sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban
apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de
ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y
sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se
tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente
sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los
encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la
esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia
del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa.
¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían
balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las
marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de
argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta
el límite de las gunfias.
Capítulo 68 de la novela Rayuela (fragmento), Julio Cortázar.
Por escrito gallina una
Con lo que pasa es nosotras
exaltante. Rápidamente del posesionado mundo hemos nos, hurra. Era
un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo
por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió,
probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta
nos cayó en la ¡paf!, y mutación golpe entramos de. Rápidamente
la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura
para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora
hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, ¡carajo
qué!”.
La
vuelta al día en ochenta mundos, Julio Cortázar
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega
de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo,
y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar
paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en
línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo
la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la
horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño
o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos
elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior,
principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra
combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero
incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado
resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en
mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida
aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente
superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir
una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la
derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo
excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño
dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte
equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de
confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie,
se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en
éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros
peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación
necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil
la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el
pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir
alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la
escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que
la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Instrucciones para subir una escalera, Julio Cortázar
El general tiene solo ochenta hombres, y el enemigo cinco mil. En su
tienda el general blasfema y llora. Entonces escribe una proclama
inspirada, que palomas mensajeras derraman sobre el campamento enemigo.
Doscientos infantes se pasan al general. Sigue una escaramuza que el
general gana fácilmente, y dos regimientos se pasan a su bando. Tres
días después, el enemigo tiene solo ochenta hombres y el general cinco
mil. Entonces el general escribe otra proclama, y setenta y nueve
hombres se pasan a su bando. Solo queda un enemigo, rodeado por el
ejército del general que espera en silencio. Transcurre la noche y el
enemigo no se ha pasado a su bando. El general blasfema y llora en su
tienda. Al alba el enemigo desenvaina lentamente la espada y avanza
hacia la tienda del general. Entra y lo mira. El ejército del general se
desbanda, sale el sol.
Tema para un tapiz, Julio Cortázar